Estancias contra el tiempo

Esas letras de sueño o cal, los ocres y los azules, los versos, la catedral y la Alhambra bien podrían, José Manuel, anticiparse a este blog, o a este libro, en que la obra original del artista aspira a ser parte consustancial del volumen, como lo es de la bitácora. Ambiciona formar parte de él siendo aun obra única, con sus relieves, sus colores y sus texturas.

En esta filosofía del nuevo libro, del blog, del ideario de ideas y de formas, la obra original otorga un nuevo concepto a la vieja noción de la lectura. Ahora es posible, así, integrar en las páginas escritas, como parte de un todo, como pieza del mismo relato, un pliego de tactos inverosímiles, un grabado convenientemente firmado y numerado, una estampa única.

Los versos de Lorenzo Higueras a la catedral:

Susurra
como las sombras que susurran
como una sombra de otras sombras
como sombra de sombra que alojara
la materia prima o el discurso

Y a la Alhambra

Letras de sueño o cal
edifican clementes
estancias contra el tiempo

pretenden constituir, junto a otros soportes y otros géneros y estilos, un solo cuerpo, literario y artístico, en el que la historia, se diría, adquiere formas con distintas sintaxis. Comunicación, al fin y al cabo, en la consideración de que no sólo la palabra es el único cauce expresivo.

Susurra | como las sombras que susurran | como una sombra de otras sombras | como sombra de sombra que alojara | la materia prima o el discurso
Susurra | como las sombras que susurran | como una sombra de otras sombras | como sombra de sombra que alojara | la materia prima o el discurso

**José Manuel Peña

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El Quijote

**Jesús Conde Ayala
**Jesús Conde Ayala

Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchón donde reposaba Don Quijote, salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces: Acudid, señores, presto, socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo. ¿Qué dices, hermano?, dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?

Así comienza, Jesús, el trigésimo quinto capítulo de “El Quijote”. Y así termina:
Bien, dijo el cura, me parece esta novela; pero no me puedo persuadir que esto sea verdad, y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase llevar; pero entre marido y mujer, algo tiene de imposible, y en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta.

En el arte, y en la literatura, la ficción y la realidad se postulan como posibles, sin que por ello sean evidentes. La ficción y la realidad constituyen un juego, una suerte de sugerencia, como esa palmatoria que aun apagada ilumina el pergamino, los pergaminos, los números romanos que la sustentan.

En el arte, y en la literatura, la ficción y la realidad se asemejan a los papeles estelares que en “El Quijote” cervantino desempeñan Sancho Panza y su armado caballero. Ellos se conjugan y se concilian, se complementan, como la realidad y la ficción que nos ocupa.
La luz se acomoda a las sombras. Acaso en la metáfora última, el bien y el mal son sinónimos del idealismo, y el materialismo, de la ficción y de la realidad, del alma y los aperos que se nos muestran en tu cuadro.

Exaltación de la realidad refugiada en los libros

El principio de las palabras fueron los signos, que se convirtieron en imágenes para construir historias. Eso hizo necesario el nacimiento de los libros. Desde entonces, signos, palabras y libros forman parte de cada momento de la vida. Imprescindibles para conocer e interpretar la realidad, para justificar el futuro desde la imaginación. Colectiva e individualmente. Es la única manera de sentir y de sobrevivir.

Por eso les invito a acompañarme a este viaje por unos libros muy concretos. Un itinerario personal, de interiores, propicio a la fantasía, abierto a las sensaciones. Como un enigma que lo engloba todo. Es el planteamiento que hace el escritor Alberto Manguel en su libro ‘una historia de la lectura’: “El destino de todo libro es misterioso, sobre todo para su autor”.

Aquí estamos, pues, lo que somos, autores y lectores, sin distinciones. Encerrados en nosotros mismos. Así surge inevitable la reivindicación del libro como mecanismo para la metamorfosis personal. Es otro criterio de Alberto Manguel: “La verdad es que nuestro poder como lectores es universal y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan”.

La escritora Ana María Matute ha dicho recientemente: “Todos llevamos dentro una palabra extraordinaria que todavía no hemos logrado pronunciar”.

Descubran ustedes mismos la palabra, de forma personal, libremente. En el silencio interior. Con sus propias imágenes.

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Leer, contar y cantar

La palabra y el número, como el ser humano que las produce, tienen afanes de duración y de mudanza.
Bien lo supo aquel niño, nacido bajo el quitasol celeste de las horas, que aprendió el garbo de la cifras viéndolas pintadas en la luna llena del reloj y les fue poniendo nombre mientras sus dedos acumulaban los sonidos de las campanas, o que, en las fachadas y sobre las puertas, señalaban casas, la de la abuela, las de las tías amables y los primos traviesos, la de la matrona, el cura, el practicante, el boticario…

Transportado de su apacible vega a otro pueblo desparramado por una ladera, aprendió que en la piedra gustan de campear las palabras para contar y cantar, además de para designar plazas y calles, palabras escritas de muy diversas maneras, aquí incisas, ahí pintadas con negruras y brillos de carbón, allí goteadas de vidrio o verdecidas de bronce. Seguir leyendo Leer, contar y cantar

Tú me pides Laura

Tú me pides Laura
algo para tu blog
y a mí me parece
que me llena tanto vacío
que no puedo ocupar el más mínimo espacio.
La primavera
te ha traído, a ti , Laura,
un festival comunal digno de las mejores marcas,
pero a mí
la batalla del fin de mundo:
tengo condena de soledad
por haberme hecho libre
un corazón roto
que
ya ha perdido demasiados trozos.
Tú sabes cómo soy yo,
Laura,
que vivo para la intensidad
que mi alegría es extática
y que no quiero mentir,
esa es la verdad.
¿Cómo darte el nombre
de las flores que voy inventando
estando tan tempranas
y no teniendo yo
ninguna letra en la garganta? Seguir leyendo Tú me pides Laura

Una cuartilla en un libro

Te leo, Laura, en tu blog.
No me conoces. Me llamo Álvaro.

He seguido tu bitácora desde que la comenzaste. He leído los textos de tus amigos, y en muchas ocasiones he
estado tentado de escribirte, de participar espontáneamente en tu blog, como lo hago ahora, pues este cuaderno tuyo de internet me recuerda la costumbre que mi padre tenía de “responder” a cada libro, a cada lectura, cada vez que leía un libro en su biblioteca.

Verás: él tenía el hábito de escribir un comentario de todos los libros que le gustaban, o que no le gustaban. Por eso, de casi todos los volúmenes que llenaban los anaqueles de los estantes de su inmensa biblioteca sobresa lía una cuartilla en la que podía leerse la opinión, o las notas, que él había escrito sobre aquellos volúmenes; ya fueran de ficción, de historia, de ensayo, o de poesía. Así, resultaba curioso el hecho de que de casi todos los libros sobresalía una hoja manuscrita, como si él interviniera, de esa forma, en las tramas, en los géneros y en los estilos que poblaban su biblioteca de historias, leyendas y versos. Seguir leyendo Una cuartilla en un libro

La amante veneciana de Gutenberg

Hoy te quiero contar la historia de una mujer italiana que se llamaba como tú. Unos dicen que es leyenda, otros directamente que mentira, pero te puedo asegurar que si no es por ella, lo mismo hoy seguíamos haciendo los libros, uno a uno, escribiéndolos a mano.

Su nombre era Lauretta, que en Italia es como te llamarías tú, querida Laura, y hacia 1430 era la amante en la ciudad de Estrasburgo de Johannes Gutenberg, un alemán al que todos tienen por el iniciador de la imprenta, ese arte con el que durante 500 años se han hecho muchos, pero que muchos libros como éste.

Como te digo, esta Lauretta, además de caricias, besos y, sobre todo, comprensión, le hizo entrega a su amante
de una cosa que terminó cambiando el curso de la historia. Cuando más atascado estaba en sus primeras investigaciones sobre un mecanismo para hacer libros como los que hacían los escribas, pero de otra forma, y andaba cogiendo ideas de aquí y de allí para poner en práctica lo que su imaginación cocía, Lauretta, a la vuelta de un viaje a casa de su madre, le trajo un cajoncito de madera lleno de unos cuadraditos de metal, estos tenían en uno de sus extremos grabados unos dibujos incomprensibles para ellos, pero que dejó a Gutenberg ensimismado y a partir de ese momento ya no estuvo ni para nadie, ni para nada, durante la primavera y buena parte de aquel verano. Bueno, para Lauretta sí, quien sin saberlo le había dado a nuestro inventor la clave para hacer prosperar su idea. Seguir leyendo La amante veneciana de Gutenberg

Lugar de lectura

Lugar de lectura, Antonio Arabesco
**Antonio Arabesco

Hay un equilibrio en los ocres y en la luz. Hay, Arabesco, un silencio entre las páginas de ese libro ilustrado que forma parte consustancial del escritorio, de los estantes y de los demás libros que se ven debidamente desordenados. Y hay, Arabesco, armonía en los tonos, en la geometría y en los espacios. El mundo del libro ha sido abarcado, se diría, en esa fotografía que ha captado tu cámara. Y en ese universo se resume, acaso, toda la memoria y la palabra de que somos capaces los humanos.

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