La amante veneciana de Gutenberg

Hoy te quiero contar la historia de una mujer italiana que se llamaba como tú. Unos dicen que es leyenda, otros directamente que mentira, pero te puedo asegurar que si no es por ella, lo mismo hoy seguíamos haciendo los libros, uno a uno, escribiéndolos a mano.

Su nombre era Lauretta, que en Italia es como te llamarías tú, querida Laura, y hacia 1430 era la amante en la ciudad de Estrasburgo de Johannes Gutenberg, un alemán al que todos tienen por el iniciador de la imprenta, ese arte con el que durante 500 años se han hecho muchos, pero que muchos libros como éste.

Como te digo, esta Lauretta, además de caricias, besos y, sobre todo, comprensión, le hizo entrega a su amante
de una cosa que terminó cambiando el curso de la historia. Cuando más atascado estaba en sus primeras investigaciones sobre un mecanismo para hacer libros como los que hacían los escribas, pero de otra forma, y andaba cogiendo ideas de aquí y de allí para poner en práctica lo que su imaginación cocía, Lauretta, a la vuelta de un viaje a casa de su madre, le trajo un cajoncito de madera lleno de unos cuadraditos de metal, estos tenían en uno de sus extremos grabados unos dibujos incomprensibles para ellos, pero que dejó a Gutenberg ensimismado y a partir de ese momento ya no estuvo ni para nadie, ni para nada, durante la primavera y buena parte de aquel verano. Bueno, para Lauretta sí, quien sin saberlo le había dado a nuestro inventor la clave para hacer prosperar su idea.

Y te preguntarás ¿Dónde había conseguido Lauretta este cajoncito con letras chinas de imprenta hechas de metal? Pues verás, además de la historia de Gutenberg, todos conocemos las increíbles peripecias de Marco Polomadera en China gracias a que las dejó recogidas en su “Libro de las Maravillas”, lo que casi nadie sabe es que además de
con su padre y su tío, Marco contó con la ayuda de una docena de sirvientes, y mira tú por dónde, entre ellos se
encontraba el abuelo de la amante de nuestro impresor, Callisto Liciano, él fue uno de los venecianos que en 1275 pudo ver con sus propios ojos la corte del Gran Khan. La corte no, más bien la calle. Como sirviente que era pudo conocer unos lugares y unos oficios a los que su señor ni se acercó, ni le interesaron y que, por supuesto, nunca aparecieron recogidos entre las maravillas descritas en su libro.

En el verano de 1282, Genghis Khan les encomendó a los Polo una delicada embajada a los reinos del norte, a la
ciudad de Song-do, capital de lo que había sido el reino de Goryeo. Allí Callisto, paseando entre sus callejuelas,
descubrió un lugar donde unos artesanos se afanaban fundiendo pequeños bloquecitos de metal que él tomó por algún tipo de adorno para las espadas. Ante la curiosidad mostrada por la comitiva de extranjeros, aquellas gentes le entregaron a cada uno de ellos un cajoncito con tipos que acababan de fundir.

Es curioso, querida Laura, que doscientos años antes de que a Gutenberg se le ocurriera la brillante idea de fundir letras en metal, el abuelo de su amante recibiera un regalo que él tomó como una guarnición para las espadas y que como tal se trajo de vuelta de su viaje y lo mejor de todo, lo conservó en su casa como algo muy especial sin saber realmente para qué servía, hasta que Lauretta viendo que se parecían mucho a las piececitas de madera que su amante manoseaba continuamente en su taller pensó, que a lo mejor a él le podían servir. **Francisco de Paula Martínez Vela

A Gutenberg lo cautivó Lauretta. Y yo, Francisco, me he dejado llevar por tu relato, imaginando al amante alemán a quien la historia ha otorgado el privilegio de ser el inventor de la imprenta. Allí, en Estrasburgo, junto al Rhin, Johannes Gutenberg cambió el curso de la historia de Occidente, aunque mucho antes, en China, la imprenta, como dices, fuera ya una realidad.

Así como en “El libro de las maravillas del mundo” Marco Polo describe lo que descubrió en sus viajes, cada historia, y acaso cada libro, podrían encerrar un misterio jamás desvelado. Ahora, en este blog, tú has revelado el gran secreto de Lauretta y Gutemberg; el gran secreto por el que cambió el curso de la historia. Y el comienzo de una nueva era, pues con Gutenberg, a partir de 1500, los libros comenzaron a imprimirse en Europa, donde los textos repetidos afanosamente por copistas, dieron paso al papel impreso con tinta. Era el comienzo de una nueva era.
Ahora tus palabras están colgadas en mi blog.

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