La palabra y el número, como el ser humano que las produce, tienen afanes de duración y de mudanza.
Bien lo supo aquel niño, nacido bajo el quitasol celeste de las horas, que aprendió el garbo de la cifras viéndolas pintadas en la luna llena del reloj y les fue poniendo nombre mientras sus dedos acumulaban los sonidos de las campanas, o que, en las fachadas y sobre las puertas, señalaban casas, la de la abuela, las de las tías amables y los primos traviesos, la de la matrona, el cura, el practicante, el boticario…Transportado de su apacible vega a otro pueblo desparramado por una ladera, aprendió que en la piedra gustan de campear las palabras para contar y cantar, además de para designar plazas y calles, palabras escritas de muy diversas maneras, aquí incisas, ahí pintadas con negruras y brillos de carbón, allí goteadas de vidrio o verdecidas de bronce. Seguir leyendo Leer, contar y cantar