Leer, contar y cantar

La palabra y el número, como el ser humano que las produce, tienen afanes de duración y de mudanza.
Bien lo supo aquel niño, nacido bajo el quitasol celeste de las horas, que aprendió el garbo de la cifras viéndolas pintadas en la luna llena del reloj y les fue poniendo nombre mientras sus dedos acumulaban los sonidos de las campanas, o que, en las fachadas y sobre las puertas, señalaban casas, la de la abuela, las de las tías amables y los primos traviesos, la de la matrona, el cura, el practicante, el boticario…

Transportado de su apacible vega a otro pueblo desparramado por una ladera, aprendió que en la piedra gustan de campear las palabras para contar y cantar, además de para designar plazas y calles, palabras escritas de muy diversas maneras, aquí incisas, ahí pintadas con negruras y brillos de carbón, allí goteadas de vidrio o verdecidas de bronce. Alguien, que supo y quiso, le enseñó qué es el número y qué el guarismo, qué los sonidos de la voz y qué las letras y cómo, en aquella placa donde se evocaba al médico poeta Luis Barahona de Soto, había signos que cifraban unas veces sonidos, otras el orden de los años, que V podía sonar uve o sólo u, o indicar todo lo que el cinco genera o sugerir la victoria. Y aprendió que escribir es encerrar en signos mudos los suspiros, las risas, los colores, las notas, y que leer era volver a darles presencia sensible, de modo que cuando la palabra y el número, íntimamente entrelazados, brotaban de sus ojos y sus labios y acordaban su vida interior con el pálpito del mundo, en ese acorde brotaba la poesía. Lo supo porque quien los conocía y quiso le dijo estos versos de Luis Barahona:

Sin tu presencia, Tirsa, el fresco viento
helado quema las fragantes yerbas,
y el rubio trigo que en el suelo echamos
perece en el momento.
Las uvas son acerbas
que de las tiernas vides desgajamos,
y en el lugar hallamos
de trigo, avena, y de cebada blanca,
vallico inútil, y del lino, grama,
y de lechuga dulce, amargo cardo.

Y echó de menos su pueblo, su casa y los campos que
su padre labraba con primor.
**Antonio Carvajal

Dices, Antonio, que escribir es encerrar en signos mudos los suspiros, las risas, los colores, las notas, y que leer es volver a darles presencia sensible. Y sostienes, tú que eres maestro de versos, de métricas y de rimas, que la palabra y el número, como el ser humano que las produce, tienen afanes de duración y de mudanza. Por eso, quizá, el escritor aspira a abarcar el mundo entre sus páginas.
Y el lector a descifrar los tonos y los matices que en su imaginación ideó el poeta.
La palabra, el libro, contienen todos los mundos, todos los universos posibles. Únicamente es preciso darlespresencia sensible.

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