Esta lluvia que pasa

LLUEVE sobre los hombres que pasan y caminan,
que se cruzan sencillos bajo el perfil del agua
que cala mansa y lenta,
estremecida,
que se esponja en las tierras como un maná divino,
que corre la azacaya y se expande en la sombra
limpiando los husillos
que fueron cráter yermo del último verano.

Llueve sobre los hombres
que soportan el peso de existir y mirarse,
de sentirse perdidos en medio de la lluvia
que cae y los hermana,
y los une y protege y hace que abran
paraguas que en la noche
se perfilan en luces —y en sombras que la vida…—
les ofrece en el centro de esta tierra inclemente,
Puerta Real de Granada,
retazo de esa historia que la vida desvela
en el tierno contraste de la lluvia que pasa
que empapa y que perdura.

**Arcadio Ortega

La lluvia, dices, Arcadio, que pasa, que empapa y que perdura, como los sueños y como el tiempo que vivimos con vehemencia. En esa metáfora de las cosas que transcurren sin dejarnos huella y aquellas otras que nos empapan y calan la tierra, y sirven de refugio a nuevos brotes. Los lugares comunes, los hechos ocurridos, las personas y los libros, parecen cerrar ese ciclo vital del ser humano, en el que la lluvia es como un alimento silencioso, como el pago que la naturaleza recibe, como parte esencial del ciclo de la vida. Y una se pregunta ¿cuánto importa la lluvia a los poetas, cuánto a los escritores, cuánto a los relatos fantásticos?  —qué sería de las historias de aventuras sin la brisa que predispone al galanteo, sin el vendaval que atrona los castillos encantados—  ¿cuánto a los poetas, cuánto a las flores y al viento?
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