«Ni puerta, ni real; sobran coches y motos pero queda un río secreto en sus entrañas y un granado medio asfixiado que grita en el centro pidiendo socorro.
Fue ayer la Puerta Real que se levantó para que por ella entrara Felipe IV en 1624, ese rey heredero del Imperio de los Austrias que por poco nos busca la ruina con tanta guerra. Del recuerdo que suena a guerras sólo queda más abajo la simpática Fuente de la Batallas.
Hoy es la “Puertarrás” de los granaínos, corazón de la ciudad, su centro comercial, mercadillo de monedas y sellos, mantas por los suelos, expositor de libros, altavoz de justas reivindicaciones y concentración de jubilados.
Cuando rastreo en mi memoria escenas en blanco y negro que se me grabaron con cierta nitidez, me encuentro con aquel desastre del pavimento por el reventón violento del río en el año 51, harto ya de ir bajo tierra. Fue como un vómito de protesta por su injusta prisión, por eso se armó de ramas, palos y agua y, gritando por las alcantarillas, se manifestó en pleno centro de la villa, donde mejor se hacía oír, como para que se enteraran todos.Él quería lucir sus aguas y pasearse por el tontódromo como cualquier hijo de vecino, pero la ciudad no lo permitió; por eso, como al niño no deseado, ni lo lavó, ni le quitó los gatos, ni se atrevió a enseñarlo, tapándolo como cruelmente se hacía antes con los deformes. No conozco ciudad alguna que se avergüence de sus ríos; y aún ahora, hay noches que lo sueño bajando para encontrarse con su hermano Genil, limpias
sus aguas y aseado el cauce, en perfecto estado de revista, incoloro, inodoro, pero con sabor. Un sueño, claro.
El día del Guardia
Otra curiosa foto que se mantiene en mi retina es la que tenía lugar en el llamado “Día del Guardia”, cuando en ese punto tan céntrico se instalaba el puesto de recogida de regalos que cada 1º de enero, como un aguinaldo generoso, le tributaba la ciudad a los guardias de la circulación; aquéllos de chaqueta y casco blanco que suplían con su pito y señales manuales al todavía desconocido semáforo. Verlos regulando el tráfico con sus brazos
en forma de 4 y con sus impecables guantes blancos era una de las distracciones preferidas de niños y jubilados. Guardias que tuvieron su día y que los ciudadanos agradecían llevando pollos, pavos y hasta una ternera. Lo que ya no recuerdo bien es si el reparto final era equitativo, si a todos los guardias les llegaba de todo y si alguno de aquellos generosos conductores, al tiempo que dejaba el obsequio, susurraría al oído del agente eso de “quédate con mi cara y me quitas la multa luego”.
Eran años difíciles, de pagas escasas y se agradecían obsequios, propinas y lo demás.Cinco esquinas
Puerta Real, periscopio abierto a los cinco vientos como la palma de la mano y sus cinco dedos: Reyes Católicos con sus antiguas esquinas de Costales y los Olmedos, cordón umbilical que la une a la ciudad vieja por la que fue Ribera de los Curtidores, cuando el río bajaba descubierto jugueteando con puentes de nombres tan añejos: el de los Leñadores, el de la Gallinería, el del Carbón y el de los Curtidores; ya ni las gallinas ponen aquellos huevos, ni el carbón calienta, ni conozco a ningún leñador y apenas sé lo que es un curtidor. Calle con sabor de soportales y recuerdos literarios, empezaba en Correos con el letrero de Ganivet y terminaba con el inolvidable teatro Cervantes. Otra se abría en el Hotel Victoria junto al Brieva de toda la vida y frente a los antiguos billares Granada, y se metía hacia la vega, saludando a las monjas de San Antón, quedándose en el cine Aliatar, o se “arrecogía” perdiéndose por las huertas de la Redonda, pero eso era ya el fin del
mundo.Desde Costales y el Suizo, muy cerca de donde un día estuvo el Corral de Comedias, se llegaba a la Trinidad, haciendo estación de penitencia en la desaparecida iglesia de la Magdalena; pero para “andurrear” por esta calle de Mesones, nombre antiguo contra el que no pudo el Poeta Zorrilla, era aconsejable ir con dinerillo.
El quinto dedo de la mano era la Acera del Casino, abierta a la Fuente de las Batallas y al Embovedado desde 1866, con las torres de las Angustias recortadas en la nieve del Veleta; a la izquierda, en el Isabel la Católica, estaba el casino donde los gordos se quedaban flacos con bastante rapidez. Al lado, en el Centro Artístico, quiero recordar un hermoso escaparate a modo de gran pecera donde se exhibían enormes sillones casposos con señorones a juego, apoltronados allí tanto para mirar como para ser mirados.
Puerta Real y Acera del Casino, escenario de operaciones de aquellos fotógrafos callejeros que inmortalizaron a media Granada con sus especiales cámaras “digitales”; al menos yo los veía disparar accionando sus Kodaks o sus Verlisas con los dedos. Milagro sea que no haya en todas las casas una vieja foto junto a las Batallas y con el Aeroclub de fondo. Pero si no la encuentras, vete al vecino Torres Molina que nos tiene a todos.
Hoy ya no hay puerta, ni es real; sobran coches y motos; queda un río secreto en sus entrañas y un granado medio asfixiado que grita pidiendo socorro. Pero mantiene el aire de añejo sabor popular cuando sirve de expositor de ferias artesanales, de libros a buen precio, de vendedores de todo un poco, de mimos estáticos y de músicos callejeros.»
**José Luis Delgado
En esos volúmenes que llenan los puestos de la Feria del Libro, en Puerta Real, nos queda también la memoria de las ciudades, la memoria de las plazas y de los ríos embovedados, la memoria de sus gentes y de los hechos históricos. Unas personas dan paso a otras, como unos edificios se derriban para construir otros. Un granado ocupa hoy el lugar que un día dio vida a un naranjo. Los tilos, José Luis, y los castaños de indias, y las acacias, y las calles, y las plazas, conforman ese lugar paradigmático que en Granada es Puerta Real, donde se suceden historias reales y relatos imaginados. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez en cuantos libros aparece el nombre de Puerta Real?
Hay ciudades que enamoran a la literatura, y hay personajes que cautivan a los escritores. Quizá por eso París, Venecia o Nueva York tienen su propio fondo literario, su propia librería. Y así como Nueva York albergó grandes tramas del cine negro, París reunió en sus calles a los artistas y escritores vanguardistas, o Londres, con sus brumas y su gélida fisonomía, fue objeto de atención de la literatura detectivesca, Granada concitó a los escritores románticos y
enarboló su propia leyenda entre la realidad y la ficción.