Hay siempre algo muerto en lo escrito, algo como de sonrisa congelada, o esperanza nunca cumplida o llanto mudo que no termina o alegría restallante que estúpidamente persiste en su mueca absurda, algo como de fotografía, de instante grapado, de flash back interrumpido. Realmente los escritores son enemigos del tiempo, incansables canteros luchando contra una erosión inexorable. Todo empezó hace mucho y cabe preguntarse si algo ha cambiado, si las metáforas siguen siendo las mismas, si su entonación diversa ha diversificado su naturaleza, si las escribió realmente su autor o las escribimos al leerlas o al leerlas escribimos las nuestras o al escribir leemos las de siempre. Si la historia de lo escrito es la historia imposible de un solo instante que gira como una peonza obsesiva que interpreta siempre la misma historia y, seductora, nos evita transformarla. Seguir leyendo A Harold Bloom